
Me tocó ser mujer.
La reflexión de una inmigrante venezolana acerca de lo que significa ser mujer.
Por: Elvimar Yamarthee
Lydda Franco Farías dijo una vez ‘‘me tocó ser mujer y no me quejo’’. Desde que era pequeña, recuerdo que había un marcalibros en mi casa con esa cita y jamás la olvidé. ¿Por qué no se queja? ¿Se habrá quejado alguna vez? ¿Se habrá sentido tan debilitada como para no querer mover un dedo? ¿O simplemente dio gracias por el don concedido? ‘‘No me quejo’’… pero yo sí me quejo. ¿Me hace eso mala persona? ¿O mala mujer, en todo caso?
Sí me quejo, porque me tocó ser mujer en la época más difícil y dolorosa de mi país. Me quejo, porque los que debían ver por el país fueron quienes lo destruyeron. Me quejo, porque no solo tuve que dejar ir a mi esposo a otras fronteras, sino que poco después tuve que despedirme de mi familia y de todo lo que conocía para seguirlo en este camino de incertidumbre llamado migrar. Lo siento, Lydda, pero sí me quejo.
El destino y el útero en retroversión de mi mamá quisieron que naciera un mes antes en un día que guiaría mi vida para siempre. Sin importar el día de la semana en que ‘‘cayera’’ mi cumpleaños, el colegio entero iba a verme frente al micrófono recitando casi de memoria la historia de las valientes mujeres que murieron en aquella fábrica textil hace tantos años. Me hacía creer que mi nacimiento tenía una razón de ser, que el mundo se detuvo ese viernes del 96 a las 7:15 de la noche cuando grité que ya estaba afuera. Ser la primogénita de mis padres debía valer y quiero creer que lo hice y lo hago.
Por eso me pregunto todos los días qué error tuvo que cometer un país entero para vivir semejante debacle. Una de las peores pautas que me tocó cumplir en mi tiempo de ejercicio del periodismo fue entrevistar a personas cuyos familiares hubiesen muerto por falta de medicamentos. Recuerdo al hijo del señor con Guillán-Barré llorando al teléfono explicándome cómo vio a su padre consumirse por la falta de uno que, en otrora, podía conseguirse en cualquier lugar. También recuerdo a la señora cuya sobrina me respondió por Twitter ‘‘mi prima. Llama a mi tía. Este es el número, esto tiene que saberse’’, quien me contó cómo tuvo que enterrar a su hija después de que su hipertensión pulmonar aunada a la escasez de tratamiento terminaran prematuramente con su vida. Lloré por más de diez minutos.
Las mujeres siempre hemos sido más valientes de lo que realmente pensamos. En mis tiempos de protesta vi tantas mujeres aguerridas devolviendo lacrimógenas sin guantes, recibiendo perdigones para proteger al caído y auxiliando cual enfermeras a cualquier herido. Incluso yo aprendí a defenderme a mí y a los míos.
‘‘Me tocó ser mujer y no me quejo’’. Tienes razón, Lydda. No debería quejarme. Aunque la regla general diga que el hombre es cabeza de hogar, rara vez he visto un hogar que funcione sin una mujer (madre, abuela, hermana) que lo convierta en eso: un hogar. Nos tocó llevar la responsabilidad de enseñar a amar, a reír hasta que te duele la barriga, de valorar cada respiración, de admirar la naturaleza siempre como la primera vez. Nos tocó dar más y no nos quejamos.
Mi abuela era la matriarca de mi familia y, a pesar de no vivir todos los hijos bajo el mismo techo, recuerdo los esfuerzos incansable de mi madre y mis tíos en hacerla feliz. Ella nunca se quejó. Nos amó a todos los nietos como sus favoritos. Gracias por demostrarnos el amor más tierno, abuela. Qué legado tan risueño dejaste.
Mi madre representa una figura importante en la vida de muchas personas, junto con mi padre, y gran parte de lo que soy se lo debo a ella. Nunca se quejó, siempre sonrió aún en los momentos difíciles. Ella lo da todo así no se lo pidan.
Entonces, Lydda, me retracto. Tampoco me quejo de ser mujer, porque somos nosotras quienes ponemos el hombro para el que necesita llorar, quienes secamos la frente del que tiene fiebre, quienes alegramos los corazones de los que llevan el peso del mundo encima. Mientras haya un hermano que te sonría, un esposo que te bese, un padre que te abrace y un amigo que te agradezca, nuestra misión se cumplirá.
No me quejo… Ya no me quejo.
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