
Pioneros de un Nuevo Mundo
Por: Frank Calviño
Jess Márquez Gaspar ha decidido hacer vida en Costa Rica. Le conozco desde la universidad, cuando me lo presentaron como Jéssica. Es mi colega de profesión y aunque nunca tuve la oportunidad de trabajar directamente con él, por compañeros en común y por amigos del profesorado, sé de su buen oficio. Hacerle la pregunta de “¿Volverías?” a Jess es hacérsela no a una única persona, sino hasta cierto punto, a toda una comunidad entera. La comunidad LGTBI venezolana.
“No volvería. En Venezuela hay un vacío legal que me expondría a niveles de discriminación muy fuerte dónde no podría tener trabajo, ni acceso a la salud, ni acceso a la educación. Porque al no tener reconocimiento de identidad no puedo hacerlo como hombre. También muchas veces – que fué mi experiencia – me discriminarían. Aquí en Costa Rica ya me van a dar la cédula con el cambio de nombre y saldría como Jess, ya saldría como hombre.
En segundo lugar también hay un tema muy fuerte de homofobia, yo no soy heterosexual y no me gustan los hombres. Y me gustan otro tipo de personas, que no son mujeres, como se esperaría de los hombres, y también enfrentaría discriminación por mis elecciones de pareja.
En Venezuela no hay reconocimiento legal para parejas que no sean heterosexuales y eso haría imposible concretar mi proyecto de vida. Y por último la calidad de vida que me construido en Costa Rica es muy difícil que se produzca en Venezuela en muchos años. A pesar de ser una persona emigrante, transexual y que tengo un montón de dificultades, aquí tengo acceso a la salud, a la vivienda, a la alimentación y al trabajo y he logrado una calidad de vida que yo en Venezuela no podía ni siquiera soñar. Entonces no, no volvería porque no siento que en Venezuela están dadas las condiciones para yo igualar la calidad de vida que tengo aquí”
Confrontado con la posibilidad de regresar para ayudar a Venezuela a dar el cambio cultural que nos permita aceptar e integrar a la comunidad LGTBI, Jess no siente que haya esperanza en el corto plazo.
El cambio de sexo, ha sido progresivamente aceptado por la inmensa mayoría de los gobiernos del llamado Primer Mundo.
“Hay una realidad que no es sólo política sino social y ese es un cambio que va a tomar mucho tiempo en suceder”
Tiene razón. Durante los 20 años de infierno comunista, igual que sucede con cualquier régimen totalitario sea de derecha o de izquierda, Venezuela se ha aislado de la evolución humana colectiva. Venezuela se ha quedado atrás en el reconocimiento de derechos civiles y sociales. Sumergida en un chovinismo de violencia exacerbada, de regresión atávica, que nos ha empujado más hacia las eras cavernarias que hacia la globalización. En Europa, por ejemplo, es casi universal el hecho de que a un ciudadano le define su estatus de ciudadano el hecho de que pague sus impuesto y cumpla con las leyes. Lo que haga en la cama es problema suyo e intrascendente para la sociedad, mientras cumpla con la dos reglas fundamentales que permiten la convivencia. Este “descubrimiento” social ha demostrado ser bueno en Europa. A Jess le conozco, es una persona brillante, no tenerle en Venezuela porque sabe que sería marginado a diario, es una pérdida para el país, es un talento que no tendremos como aliado, es una pérdida para todos nosotros como venezolanos.
Saltando el charco, en la misma España de los “Gutiérrez” hay una historia radicalmente diferente. Fernando Caballero Gálvez pasó por un periplo infernal en Venezuela. Lo detuvieron y lo “desaparecieron” temporalmente por luchar por nuestro país, por nuestra democracia y por nuestra libertad. Fernando, a mis ojos, es un ejemplo de la valiente generación estudiantil que ha regado con sangre las calles de Venezuela para recuperar el país. Es un joven universitario, economista, allí fué que le conocí en la Casa que Vence la Sombra. Ahora vive en Barcelona y trabaja como camarero. Le pregunté con honestidad si se sentía contento.
“A ver. Digamos que contento no es la palabra porque estoy haciendo cosas que en mi vida había hecho (aunque soy bastante agradecido por las cosas que he logrado en poco tiempo). Digamos que tengo paz, estoy tranquilo y que dependerá de mí y sólo de mí, llegar hasta donde quiero” explica Fernando, que está profundamente agradecido con España.
“Pues por supuesto que estoy agradecido. Agradecido con mis amigos que me han ayudado, agradecido con este país – España – con su gente. Siempre había escuchado que los catalanes eran malas personas, pero la verdad nada que ver. Y en tal caso, ¿En qué ciudad o país no hay malas personas?” explica Fernando, que por momentos me parece tan maduro que casi no le reconozco. La última vez que hablé con él había cerveza de por medio y lo sentía más niño, menos sabio. Ahora me sorprende su bondad, su entereza ante lo que le ha deparado el destino: luchar como un valiente en Venezuela para recuperar la democracia, exiliarse y terminar también luchando como un valiente ahora en España para construirse una nueva vida. Una vida que no excluye la posibilidad del retorno, pero como es lógico, la aleja prudentemente. Su destino ahora parece estar en el Viejo Continente.
Muchos venezolanos han conseguido trabajo en franquicias de repartir comida, como camareros y como personal de servicio. Su coraje y dedicación le está abriendo puertas en España.
“Si veo posibilidades de recuperación en Venezuela, claro que las hay. Pero el mundo es muy grande y estar acá en Barcelona, me permite conocer otros lugares, otras culturas, y yo quiero experimentar eso. Salir siempre lo más que pueda de mi zona de confort. Tengo la sensación de que estoy en el sitio correcto. Hace más o menos 3 meses que llegué acá, y la verdad se que en 3 meses no puedes llamar a un sitio “tu casa”, pero si andas con una idea de que no es tu casa, pues nunca lo será. Y vivir con eso, debe ser muy pesado. Por eso, Barcelona la abrazo, y es una ciudad que me gusta bastante, y tiene un cierto parecido a Venezuela o a Caracas (por eso creo que también no me cuesta para nada adaptarme). Claro que uno extraña lo que es de uno (amigos, familia, mi perro, pero nada más). He tenido varios sueños, que me encuentro en Venezuela y dentro de ese sueño, me arrepiento de haber regresado a Venezuela. Siento que estoy en el lugar correcto y eso me da tranquilidad” explica y yo no puedo sino insistir en saber si algún día, volvería, pues hasta cierto punto le considero uno de nuestra legión de héroes. Pero el me lo niega y me da una lección de humildad.
“Yo no me considero un héroe. Héroe para mi son las personas que siguen en Venezuela trabajando honradamente, que le generan un valor agregado a la sociedad, porque tienen todos los incentivos para hacer el mal y ellos hacen el bien. Se que hay personas así en mi país. Mi lucha, era la de todos. Creas o no, yo siempre quise emigrar, porque quería experimentar el mundo exterior. ¿Cuántos mártires ha dejado el legado de Chávez y Maduro? Muchos, muchísimos, cientos. ¿Cuántas personas no han luchado contra la dictadura? Perdiéndolo todo, hasta sus vidas. Y no hablo sólo por los asesinados o los que han perdido condiciones motoras por las protestas, sabes, ¿Dónde queda Franklin Brito, los trabajadores de PDVSA, expropiaciones, trabajadores despedidos, etc? Este gobierno nos hizo mucho daño.” expone magistralmente.
Fernando es el dirigente político que se está formando el exterior. Aunque él no lo acepte, aunque ahora lo niegue, aunque no se lo imagine. Fernando es ese hombre bueno que ya mostró en su momento interés por los grandes temas de la sociedad, que se comprometió con una causa, que lo jodieron, que tuvo que escapar y que ahora está trabajando desde el fondo de la cadena alimenticia en otro país, con otra cultura, con otra gente. Y que aún así, ante la adversidad y la injusticia, ha decidido mantener el corazón limpio. Libre odio. Comprometido con mejorar cada día. Con crecer, con aprender. Es el tipo de líder que yo quisiera ver regresar a Venezuela, purificado bajo un baño de humildad, para asumir posiciones de responsabilidad política. Tengo fé de que algún día le veré de nuevo por las calles de Caracas. Se lo hago saber y le insisto nuevamente en la posibilidad de volver. Le pregunto si estaría dispuesto a regresar, aún teniendo una familia formada en España, en caso de que un eventual gobierno democrático llamase a los inmigrantes para reconstruir nuestra nación, para reconstruir Venezuela.
“Sí. Por supuesto que sí. El buen hijo siempre regresa a casa” me responde dándome una bocanada de esperanza.
Pero Fernando no es el único de nuestros jóvenes que está aprendiendo habilidades vitales para el futuro de Venezuela. El exilio enseña. Es una maestra cruel, pero eficiente. Y los que han tenido que saltar la frontera y buscarse la vida, han aprendido a sobrevivir por fuerza de la necesidad, han sufrido un proceso de evolución social acelerada.
Sandra es una amiga querida y muy respetada. La primera cosa que me comentó fue que se sentía liberada en su exilio. Liberada de una sociedad venezolana que muchas veces fue profundamente banal, preocupada más por quién tiene que empleo, o que carro, o que lujo, que por la felicidad de seguir una vocación y de ser feliz sin tener que mirar al otro para compararse. Suscribo cada una de sus palabras en este respecto y reconozco que en Venezuela, muchas veces vivíamos del cuento. Pero la historia de Sandra no llega a esta página por esa reflexión – muy importante incuestionablemente – sino por su evolución como persona y por ser un ejemplo de reinvención, de innovación, que representa esa sabia tan necesaria para el futuro de una Venezuela próspera.
Su exilio es en Canadá, en donde ha descubierto la industria del cannabis medicinal. Su experiencia vital es clave para entender uno de los grande potenciales de la emigración y quizás una de las pocas cosas buenas que se derivaran de la hecatombe chavista: los venezolanos están aprendiendo nuevos modelos de negocio, nuevas industrias, nuevas formas de ganarse la vida.
Sandra está desarrollando habilidades que serán vitales en Venezuela. Conoce y maneja una industria que ofrece soluciones para la salud psiquiátrica y el bienestar que son punteras en otras latitudes – está en auge en Francia, Holanda y Noruega entre otros lugares del primer mundo – y que en Venezuela ni siquiera se consideran.
“Me encantaría poder llevar ese conocimiento a Venezuela. Se está investigando el uso de psicodélicos para tratamiento de depresión, PTSD, trastornos alimenticios, epilepsia, artritis, cáncer. Creo que el país se beneficiaría mucho, no solamente medicinalmente pero eliminando el tráfico de drogas al mantener un política mucho más transparente y ajustada al comercio internacional actual, donde grandes compañías cannabicas están invirtiendo en Colombia, Uruguay, Argentina, México o Brasil por el bajísimo costo de producción que existe en climas como los nuestros. Es agricultura al fin y al cabo.” explica Sandra.
Y razón no le falta. Es agricultura para fines farmacéuticos – como miles de otros cultivos – y las sociedades europeas y norteamericanas – que incuestionablemente nos pasan por encima en bienestar y prosperidad – ya lo han comprendido, lo explotan y lo promueven. Porque es beneficioso. Punto. Eso es una realidad. Y Sandra lo sabe.
En una demostración de madurez y pre-claridad me explica que su condición de retorno sería poder desarrollar su actividad comercial y esta nueva industria en el país, pero que ella entiende perfectamente que para que eso pase es necesario que se produzca un cambio cultural que solamente será propiciado por los mismos Venezolanos como ella, que regresen para hacerlo.
“Mi condición de retorno – que sea posible esta industria – no va a existir si gente como yo no se involucra en crear esas condiciones. A mi me encantaría poder llevar todos estos beneficios al país pero sé que tendría que trabajar en cambiar la opinión pública y alentar cambios en las políticas públicas” expone.
La industria del cannabis crece a pasos de gigante en el llamado Primer Mundo
Su relato es el eco de un futuro que se nos echa encima. Son decenas de miles los venezolanos que en el exilio han descubierto otras formas de hacer negocios, de hacer las cosas, de hacer la vida. Y ese conocimiento va a impactar profundamente a la Venezuela de la Reconstrucción. Tengo la esperanza de que el país del futuro sea un crisol de innovación, emprendimiento y evolución social. Y serán nuestros hijos en la diáspora los que más ayudarán a que eso sea así.
“El exilio es un maestro muy duro, da lecciones que probablemente la mayoría de los canadienses con los que tengo relaciones no pueden ni entender. Este tipo de ejercicio que estamos teniendo me está haciendo reflexionar sobre las razones e intenciones que tengo cuando pienso en volver a Venezuela” explica Sandra, mientras se convence a sí misma de que en sus manos está ser un agente del cambio positivo en la Venezuela del futuro.
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