Por: Reynel Oswaldo Rodríguez

Vengo de una familia que fue muy pobre y hasta una etapa de mi vida a muy temprana edad, viví en la calle. Soy licenciado en comunicación social. En Venezuela trabaje en la gerencia de tres medios de comunicación importantes, liderando equipos y proponiendo ideas para el desarrollo corporativo de los mismos. Sin embargo, la decisión política de millones me hizo emigrar.

2016: En Colombia dos oportunidades laborales surgieron. Una constructora y un canal local de Medellín (Telemedellín); pese a mí currículo, no pude superar la segunda fase por falta de dinero para hospedaje, visado, etc; regresé a Venezuela deprimido y económicamente destruido, pero eso no me detuvo.

Me propuse prepararme en todo aspecto y lo logré.

2017: Trabajé duro y me fui a Perú con mi novia. Mis amigos más cercanos (ustedes saben quiénes son), me apoyaron desde lo moral a lo económico, y coño, lo logré.

Al principio fue muy duro. Vendí postres venezolanos, tizana y hasta me enseñaron a hacer artesanía inca para paliar los gastos; pero nunca me rendí. Conseguí un trabajo en una tienda de artes plásticas de alta gama y a los meses fui ascendido por mi desempeño.

2018: Me vine a Chile. Mi mejor amigo con su esposa, nos recibieron. Mi novia no conseguía empleo y llegamos a tener de capital, hasta $20.000 CLP, o sea, unos USD 25; porque sí, tienes calidad de vida en Chile, pero es costoso. Por primera vez no sabía qué hacer.

Luego, mi jefe para entonces nos tendió la mano, ofreciéndonos un espacio para vivir en su taller de carpintería. Por si te lo preguntas, sí, mi primer empleo acá fue como ayudante carpintero; hecho que le agradezco a la vida porque me ha enseñado un millón de lecciones.

Al principio no era lo más ideal y hasta llegamos a dormir en un sofá-cama destruido, donde le cedía la mejor parte a mi novia. Los tres primeros meses desayunamos, almorzamos y cenamos cualquier variedad de carbohidratos con huevo frito o sancochado, porque no teníamos nevera, ni los recursos para optar por otra opción alimenticia; pero con el tiempo lo convertimos en un hogar y transformamos una oficina con goteras en un departamento de estética minimalista.

Además, poco a poco veíamos luz al final del túnel porque ambos teníamos empleo. No los soñados, pero teníamos y ejercíamos con garra y compromiso.

Luego conseguí un empleo en una franquicia de tiendas para mascotas. No me enseñaron mucho el rubro, pero investigué, cuestionaba y hasta me gané el departamento de marketing digital y comunicaciones (hasta el sol de hoy).

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Desde hace tres semanas como segundo empleo reparto cajas de vino para CAV. Un trabajo arduo, demandante física y mentalmente que exije hasta 14 horas diarias de desempeño. Llego y sigo trabajando con la otra marca, a veces contabilizando 17 horas laborales. Algunas veces mi novia me apoya porque me encuentro exhausto, la verdad; hecho que le agradezco.

Además la apoyo con su emprendimiento en medida de lo posible: @Afromasu.

Pero cumplo y me hago responsable.

Tengo una buena TV HDR 4K, un buen dormitorio, una excelente PC, un refrigerador soñado de cuatro puertas, Playstation 4, capital para un vehículo, bases para un negocio y más; pero todo se debe a que le echado un camión de bolas porque pasar trabajo nunca debe ser romantizado, ni tratarse con un discurso victimista.

En estos días solicité un talento para ser repartidor de cajas de vinos para los sábados, me llamaron mucho (95% de los candidatos eran venezolanos) y huían por la derecha. Otros aspiraban cargos gerenciales e incluso una jeva, que me temo, es una «amiga» en Facebook, me dijo: «ay, pensé que era otra cosa, ese trabajo es para hombres»; cuando en mi día a día veo a chilenas jugándosela cargando hasta 30 Kg en una caja de vinos.

En conclusión, usted es pobre porque así lo decidió.

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