Por: Elvimar Yamarthee

Hace unos meses tenía un artículo cocinándose a fuego bajo. Hoy lo abrí para terminarlo y terminé borrándolo para empezar este. Creo que no soy la misma persona de hace dos meses.

Cuando emigramos siempre nos dicen que debemos pasar por un proceso de reinvención, de renacimiento, de análisis del entorno y adecuación a él. Nos dicen que debemos olvidarnos de quiénes éramos, lo que sabemos y prácticamente lo que somos para adaptarnos al lugar al que estamos llegando. No sé qué tanto compro esa historia.

En mi vida pasada, como escogí llamarla, era periodista y profesora. Amaba lo que mi profesión me había llevado a ser y hacer y quería seguir creciendo en áreas similares. Quería comerme el mundo y ser pionera en muchas cosas, pero pasó lo que ya saben y bueno… cuatro aviones y un carro después, llegué a Rio de Janeiro.

Llegué sin norte, sin saber a dónde ir o qué buscar primero. No sabía si eran documentos, si era trabajo, si era amistades que me sirvieran de networking… No sabía nada y creo que eso resume a la perfección la vida de adulto: no sabes nada pero tienes que hacerlo todo y YA.

Primero pensé que tenía que volver a dar clases. De ahí surgió el tigrito de todos los que nos vamos a países con otros idiomas: Clases de español.

El problema es que todos pensamos lo mismo al mismo tiempo y en la misma escuela hay dos profesores activos, uno en espera de que abran otro horario y 25 currículos agarrando polvo en una gaveta. Mi segunda opción era clases de inglés, pero es la misma historia sumándole el hecho de que te piden cursos carísimos o por lo menos el TOELF actualizado. ¿Será que la gente no entiende que muchos de nosotros somos autodidactas porque los cursos eran extremadamente caros?

Al estrellarme con esa pared, me fui a la opción 3: Limpieza.

Siempre hay algo sucio por ahí, ¿verdad? Pues, créanlo o no, aquí solo los que no tienen estudios básicos pueden trabajar en limpieza ya que es un trabajo generalmente mal pagado. Recuerdo que pedían solo comprobante de primaria y yo poniendo que tenía una maestría en curso. Obvio nunca me llamaron.

Me fui por aquí, por allá, toqué una puerta aquí, metí la pata con ventas 100% comisionadas 1 vez y otra con ventas agresivas que te culpaban si no cerrabas el trato. Hice una y mil cosas, pero nunca sentí que fuese algo que me gustara de verdad.

Fui secretaria 2 veces en el área médica. Una me gustó más que la otra, pero fue por el hecho de que me involucré más e hice hasta cursos para saber qué era lo que ofrecíamos ahí. Tenía todo para funcionar, pero mi jefa vio la oportunidad perfecta en una muchacha extranjera sin pareja y sin hijos y la paga era tan mala que si estornudaba no tenía ni cómo comprar klennex.

Dejé ese trabajo por un lugar de hamburguesas artesanales (bastante difícil de justificar en las entrevistas de empleo futuras por haber bajado de nivel) en el que iba a ganar más. Meses después inauguraron un bar y mi trabajo se triplicó, aunque todo con la misma paga. A la par de eso, había pasado en un proceso selectivo para una beca trabajo en la universidad estatal en un laboratorio de investigación sobre migración. Se suponía que por el horario iba a poder tener los dos y, entre muchas comillas, acepté por eso porque el pago, como complemento, era perfecto, pero como único ingreso me tendría comiendo galletas de soda con mantequilla en menos de dos meses.

¡Sorpresa! Me necesitaban a tiempo completo y casi me da un infarto. Renuncié al local explicando la oportunidad única que era ejercer, de cierta forma, mi profesión en el área universitaria, que yo no quería dejarlos y que, si me aceptaban, me gustaría quedarme como extra los fines de semanas. Aceptaron y eso me emocionó bastante porque es un vínculo que conservo hasta el día de hoy. Hicieron toda mi renuncia, me pagaron mi liquidación y el mes siguiente me sentí millonaria porque recibí todo eso, más el fondo de garantía que tenía acumulado por meses trabajados, el salario de la universidad más el extra. Imagino que Bill Gates debe sentir eso cada vez que respira, pero para los mortales como yo, era algo nuevo.

Después de esa explosión, vinieron los dos meses de galletas de soda con mantequilla. A lo mejor no tan literalmente, pero sí de un ingreso mucho menor al que tenía antes. En Brasil, por la ley del trabajo, es obligación del empleador garantizar el valor correspondiente al traslado del empleado de su casa al trabajo y, dependiendo del sindicato al que pertenezca, puede ofrecer comida en el local o un vale alimentación, que es como una cesta-ticket. En el local yo recibía ambos, por lo que el sueldo era más que todo para alquiler y cuentas. En la universidad, recibía la beca y más nada. De ahí tenía que salir todo, por lo que nunca pude ver el dinero. Ahí comencé a depender de extras para pagar todo aquello que la beca no cubría.

Estuve un año en esa carrera contra todo. Trabajaba el equivalente a 2 turnos completos por semana, lo que dejaba mi casa como el lugar para dormir y bañarme. Estaba exhausta siempre, dormía durante las 2 horas en autobús que me tomaba llegar a la universidad, las tres horas que tenía los fines de semana entre un extra y otro y como unas cuatro horas de noche. Gastaba más porque no tenía tiempo ni ganas de hacer comida y nunca sabía si podría calentarla donde estuviese. Tenía 3 extras rotativos: uno era el local, otro era una empresa tercerizada que le proporcionaba extras a una cadena de hoteles y otro era un buffet de eventos. No siempre en el mismo mes tenía los 3, a veces era solo uno o dos, pero de que quedaba cansada, quedaba.

El local pagaba más o menos, pero al comienzo era más constante; la empresa de extras pagaba súper bien la media jornada (que es la que más hago) con comida y el buffet era más esporádico pero pagaba bien y me daban comida. Mi vida era trabajar, trabajar y trabajar… y todo bien, pero veía que trabajaba mil horas para mantener la beca cuando podía trabajar menos en un empleo formal y ganar más.

Este predicamento me llevó al momento más complicado de mi vida adulta y lo que le da nombre a este artículo: la reinvención. Se supone que nuestra meta al emigrar es lograr ejercer nuestra profesión, continuar nuestras carreras, aspirar a un cargo similar al que teníamos antes y blablabla…pero no siempre debe ser así. A veces en el medio del camino nos damos cuenta de que eso por lo que debíamos luchar no es más lo que queríamos o aquello que nos hace felices.

Siempre le tuve miedo a ejercer como periodista aquí. Podía ser por el hecho de que yo había estudiado toda la carrera en español y que aún me tragaba algunos acentos o me confundía con el género y número en portugués, pero no me sentía capaz. No porque no pudiera hacerlo, sino porque no encontraba en mi rutina diaria espacio para dedicarme a eso. Muchos de nosotros fuimos bendecidos con padres que nos permitieron dedicarnos de lleno a nuestras carreras universitarias sin preocuparnos por techo y comida, pero aquí no tenemos mamá y papá ni nadie que nos meta la mano mientras resolvemos. Somos nosotros mismos contra el mundo y eso a veces asusta.

Recuerdo una vez en el trabajo 100% comisionado que me dijeron «puedes ganar X cantidad de dinero de aquí a un año» y yo dije con mi cabeza en alto «de nada me sirve tener X cantidad de dinero en un año si no tengo qué comer hoy» y es una frase que mantengo hasta la fecha. Nadie es feliz con la barriga vacía ni está enfocado 100% en su día a día teniendo solo agua y hielo en la nevera. Hemos romantizado tanto el trabajo duro y las jornadas interminables que no nos hemos parado a pensar que muchas veces podemos tener más haciendo menos. Gasté pasaje del bolsillo que no tenía por 2 semanas por un trabajo que no me generó ni el 20% de esos pasajes. Tenemos que aprender a identificar cuál es nuestro límitey yo en febrero llegué al mío.

La universidad, para bien o para mal, se convirtió en mi sustento fijo ya que los 3 extras eran eso: extras. Podía general el equivalente a 300 dólares en un mes como podía hacer 40. No tenía ninguna garantía y era esa misma incertidumbre la que me recordaba que la universidad me llenaba de cierta forma el corazón pero no la barriga.

En uno de esos momentos de habla sin sentido, le dije a mi madre que me gustaba la hotelería y que me veía creciendo dentro del área. Le expliqué a detalle todo lo que sabía de los diferentes hoteles en los que había trabajado, cómo el hecho de hablar 2 idiomas además del mío me había abierto muchas puertas, cómo me metía a los huéspedes en el bolsillo al punto de recibir regalos y halagos de ellos cuando se iban. Le hablé con tanta emoción que al final suspiré y dije «es esto lo que quiero para mí». Desde ese día mi mente estaba enfocada en buscar cursos que me permitieran prepararme más y ganarme la confianza de aquellos jefes que siempre me decían riendo que les gustaría tener a alguien como yo en su equipo. ¿Por qué tener a alguien como yo si me puedes tener a mí?

En febrero tuve la oportunidad de tener vacaciones por primera vez desde que emigré y, teniendo todo en regla, me lancé a Foz do Iguaçu para conocer las cataratas y la represa que más mueve agua del mundo entero; luego me fui a Paraguay por unos días a visitar una amiga y, con todo el miedo del mundo, atravesé la frontera argentina para enamorarme de Buenos Aires presencialmente. Fueron 12 días maravillosos que no cambio por nada del mundo.

Por ajustes presupuestarios y la llegada del nuevo gobierno, mi salario se atrasó, lo que causó que todos los miedos que tenemos quienes vivimos fuera tocaran a mi puerta. Cuando pisé Rio de nuevo no tenía dinero para nada. Pagué el alquiler con el dinero que no gasté y compré comida con lo que hice trabajando doble turno en carnaval. Toqué fondo la primera semana de marzo cuando tuve que pagar con la tarjeta de crédito la comida de mi perrita porque no tenía dinero suficiente. Me sentía derrotada porque el atraso coincidió con unas semanas poco movidas. Alrededor de esos días comencé a mandar currículo.

Nunca sabemos quién nos va a tender la mano y confiar en nosotros.

Mi oportunidad llegó de la persona que menos esperaba, confirmando una vez más que los buenos siempre somos más. En menos de 24 horas ya tenía entrevista agendada y me estaba muriendo de los nervios. El 9 de marzo, un día después de mi cumpleaños, fui a un hotel cinco estrellas a ser entrevistada. Me recibió recursos humanos y me metieron a una salita a responder 3 páginas de preguntas tantos personales como de experiencia y de expectativas. Luego una de ellas vino a sentarse conmigo y a conversar. Debo admitir que me temblaba hasta el número de la cédula, pero hablé con toda la honestidad que tenía en el cuerpo ya que ellos sabían que tenía un contrato abierto.

Con una sonrisa, me dijeron que estaba aprobada y que la segunda etapa era una entrevista con el gerente del sector donde estaban las vacantes. Ahí fue cuando supe que mi entrevista no estaba todavía dirigida a una en específico ya que habían 3 vacantes que encajaban con mi perfil. Me quedé a esperar y cuando el hombre en cuestión llegó me volvió a temblar el número de la cédula. ¿Es requisito que los gerentes sean siempre tan imponentes

Entramos de nuevo a la salita y, aunque ya sabía, todavía me sorprendió escuchar en perfecto español colombiano que me preguntara cómo estaba y si tenía mucho tiempo esperando. Cualquier persona pensaría que hacer la entrevista en mi idioma nativo sería más fácil, pero la verdad es que me la puso un poco más difícil. El hombre mantuvo una cara de póker excepcional ya que en ningún momento me dejó ver el aprobado en sus ojos. Fue un reto, pero lo acepté sabiendo que me estaba jugando mis mejores cartas.

Los nervios me jugaron una cómica pasada ya que, en vacantes donde piden inglés, siempre lo ponen a prueba y en mi caso él me pidió que hablara sobre mí y lo que me gustaba hacer en mi tiempo libre. Señor, con todo respeto, no sé responder eso ni siquiera en español. Me quedé en blanco y comencé a decir 3 peperas, las 3 bien dichas claramente, y luego entré en un debate unilateral sobre lo difícil que era aspirar a cargos que pidieran inglés avanzado-fluido ya que la fluidez era capacidad de comunicación y el nivel era cantidad de palabras conocidas. Él se rió ante mi alharaca y me preguntó sobre el tiempo libre. Sin mucho que decir, usé a mi pobre perrhija diciendo que el poco tiempo libre que tengo lo paso con ella, cosa que es cierta, a lo que él se rió de nuevo.

En algún momento de la entrevista me expuso las tres vacantes y me dijo que, si me llamaba, podría ser en tal y tal, que yo encajaba muy bien en tal y tal, que la empresa funcionaba así y asao, que esto y que aquello, siempre poniendo el «si te llamamos» por delante. Al final la mayoría de los entrevistadores preguntan si tienes alguna duda, así que aproveché mi chance y le pregunté en un portugués perfecto qué esperaba él de mí si yo aceptaba la propuesta (porque siempre hay que hacerse los difíciles). Ese fue el único momento donde sentí que tenía un pie dentro. El gerente habló sobre mi potencial y cuánto pensaba que yo podía crecer y llegar lejos en la empresa, lo que me motivó y me dio un calorcito en el corazón. Lo miré a los ojos, le estreché la mano, le agradecí por su tiempo y me fui.

Tal vez haya tenido una crisis existencial en el autobús, pero todo controlado. Ese mismo día recibí una llamada de otra cadena hotelera queriendo agendar una entrevista para un cargo que, a juzgar por la emoción de la otra persona al teléfono, tenía mi nombre y apellido. Sin mucha esperanza, agendé la entrevista con esta cadena y le oré mucho a Dios para que me pusiera en el lugar que tenía que estar. Esta entrevista estaba pautada el día límite de comunicación de aprobación (o no) que tenía el primer hotel, así que probablemente tendría la respuesta de ambos el mismo día o eso pensaba.

Me llamaron al día siguiente (3 días antes del día límite) para darme la buena noticia y creo que estuve unos buenos 5 minutos llorando cuando colgué. Era la función que yo venía desempeñando como extra en los otros hoteles y que la otra cadena me había ofrecido, solo que probablemente con un salario mayor. Lo mejor para mí era que estaba a solo 20 minutos de mi casa. El problema de la otra cadena era que la sucursal en la que me querían me quedaba como a una hora y media. Y, por si fuera poco, tenía seguro médico y todos los beneficios de ley, cosa que es extremadamente importante cuando tienes un año sin cotizar para el seguro social ni tener una fuente de ingreso comprobada, ya que el contrato de la universidad era una beca.

Hace cuatro años trabajar en un lugar como este estaba fuera de mi alcance. Hace cuatro años no tenía lo que se necesitaba para el cargo, pero hoy puedo decir que estoy finalmente llegando al lugar donde la nueva yo quiere estar.

Emigrar es reinventarse, es crecer, es desprenderse y es entender que no siempre hacemos lo que todos esperan, pero a veces terminamos donde mejor encajamos. Sigo siendo periodista, pero hoy soy del ramo hotelero también y me encanta. Nunca está mal comenzar de cero y es algo que aplica para todas las áreas de la vida.

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