Por: Elvimar Yamarthee

Día 552 de la cuarentena: comienzo a creer que el mundo exterior es una ilusión.

Tenemos 30 o 34 días en casa, saliendo solo a abastecernos de comida y dos productos de limpieza que se han convertido en nuestros mejores amigos. La vida en la favela ha disminuido su frenético ritmo, pero sería muy optimista si creyera que en algún momento llegó a detenerse por completo. Los supermercados, licorerías y puestos de comida siguen trabajando, con tapabocas y guantes, pero ahí siguen. Supongo que necesitan un poco de cordura también. El aislamiento suele quitártela toda.

En el tiempo que llevamos de relación, no recuerdo haber pasado tanto tiempo ininterrumpido de convivencia con mi esposo. Es interesante descubrir cuantas veces al día respira tan fuerte que creo que lo escuchan en la otra cuadra o la cantidad de veces que me lo encuentro de camino al baño justo cuando voy hacia allá. Nunca habíamos sido tan conscientes de la rutina del otro. Si sobrevivimos, estamos preparados para todo.

A mis cortos 24 años jamás me imaginé vivir una pandemia. Había leído sobre las más graves de la historia y cómo, por selección natural, nos habíamos vuelto menos propensos a sufrir de ciertas enfermedades. Al igual que yo con mis padres, creo que mis hijos jamás me creerán que pasé por una dictadura, una migración forzada y una pandemia en el exterior antes de cumplir 30. Me tomó años creer en todo lo que hizo mi padre durante las protestas más significativas de Venezuela.

Mi mayor temor se convirtió en una realidad cuando toda esta situación nos tomó desprevenidos, con no más de unos cuantos reales guardados. Con mi esposo en el mercado informal y yo a solo días de entrar a trabajar como atendente en una cadena de comida rápida, el llamado a cuarentena nos dejó, coloquialmente hablando, fuera de base.

En medio de una gran polémica en la que Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, salió en televisión nacional diciendo que era ‘‘solo una gripita’’, el gobernador del estado de Río de Janeiro. Wilson Witzer, anunció que el 16 de marzo daría inicio oficial a la cuarentena, en vista de que Río era el segundo estado con más contagios en el país, siendo São Paulo el número uno. Al principio, el llamado no fue acatado al 100%, pero con el correr de los días y ante la amenaza de sanciones, poco a poco la capital carioca comenzó a quedar desolada.

Los que aspirábamos entrar a trabajar en la fecha original creamos un grupo de WhatsApp y me sorprendió profundamente ver el nivel de desinformación que había. Todos teníamos entre 19 y 25 años y yo era la única que apoyaba la cuarentena como medida de prevención, pero los demás consideraban que era solo una estrategia para ‘‘entorpecer’’ las actividades cotidianas de los ciudadanos. Preferí guardar silencio.

Al ser extranjeros, nuestros problemas pueden fácilmente duplicarse, en relación con los de los brasileros. El alquiler era nuestra mayor preocupación, pero Dios fue bueno con nosotros al hacerle ver a la arrendadora que todos estábamos pasando por la misma situación, siendo que la mayoría de los habitantes de la favela trabaja en la playa o en centros comerciales cercanos que fueron cerrados.

El aislamiento me ha tenido bailando al borde de la locura. Utilizando todo nuestro conocimiento venezolano, decidimos cambiar ciertas comidas por horas de sueño. Esto quiere decir que comemos una vez al día una comida fuerte y dormimos unas 12 o 13 horas para calmar las ansias.

Obviamente, eso ha desencadenado una variedad de pesadillas referentes a volver a Venezuela sin ninguna garantía, ser deportada por no tener dinero para mantenerme o resultar contagiada y aislada. Los grupos que se encargan de apoyar a refugiados pusieron a disposición psicólogos para atender todos los trastornos que puede provocar el aislamiento y me sorprendió saber que no era la única con todos estos pensamientos.

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Me di cuenta de que el silencio me angustia porque me recuerda la incertidumbre del gran apagón de marzo de 2019. Sé, casi con exactitud, las veces al día que colocan la alarma llamando a los de la tercera edad a aislamiento en hoteles específicos, dispuestos para los que viven con muchas personas y no pueden tener una cuarentena propicia. Me entero primero que la mayoría el momento exacto en el que comienza a llover y me he preguntado si las ratas que hacían nidos por aquí cerca se mudaron ya que tengo varios días sin saber de ellas. Probablemente ya me haya vuelto loca y aún no lo sepa.

Nuestra cuarentena fue extendida hasta el 30 de abril y el gobierno prometió un auxilio emergencial de 600 reales para todo trabajador informal o persona desempleada. Hasta la fecha, no hemos tenido respuesta. Tal vez la pandemia y el mundo entero se acabe
antes de obtenerla.

Seguiremos informando.

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