Por: Eva Hernández 

¿Qué si soy la misma con solo 6 meses en Estados Unidos?

– No, ahora peso 50 kilos.

Así suelo responder a la pregunta que me hacen algunas “amistades” ahora que vivo en Estados Unidos y que mientras vivía en Venezuela no me escribían para preguntar como estaba.

Es más fácil responder eso a explicarles que llegué a pesar 40 kilos aguantando hambre. Usando hasta 3 pantalones a la vez para que no se me cayeran. Caminando horas por falta de dinero y transporte público y por negarme a la humillación de montarme en un camión como un animal. Llena de mil necesidades y miedos por todo cuanto era impagabable o imposible de reparar si se dañaba. Trabajando horas extras para que mi hijo pudiera comer merienda en el colegio sin sentirse mal viendo a los otros niños.

Espantada cada sábado de ver que ni una crema dental o un kilo de leche en polvo se podía conseguir o pagar gracias la inflación o los aumentos indiscriminados de sueldo, los controles de precio y el racionamiento de comida impuestos por el gobierno.

Subsistir sin acceso a mi propio dinero -por el que me jodia de más-, ya que el gobierno controló a todos los bancos para racionar el retiro efectivo. 

El pavor de necesitar medicinas para mi hijo.

La rabia y desesperación de pasar días sin agua, luz o gas. 

Despedir a mis amados amigos con la desesperanza de no saber escapar con el valor y las condiciones con que lo hicieron ellos. 

La indecisión de a quién darle el último pedazo de carne: a mis padres viejos y débiles, a mi hijo de 4 años o a mí misma para aguantar el día de trabajo..

Recuerdo una vez cuando se le cayó el plato de comida a mi niño. Le di el mío sin dudar y comí lo que quedó en el piso tratando de ignorar las lágrimas amargas en el consuelo de que estaba comiendo del piso de mi casa cuando tantos otros comían de la basura. Me repetía asustada que los ácidos de mi estómago podían desintegrar esos pedacitos de vidrios tan pequeños y blancos que no alcancé a ver en el arroz mientras crujían entre mis dientes y retumbaban en mis oídos. 

Aunque el eco ya no es el mismo, a veces pienso que ese sonido de comer vidrio me atormentará para toda la vida. 

Quizás si supieran todo esto, no esperarían que tolerara sin indignarme cuando atacan al país donde ahora vivo y que al menos me ha dejado ganarme una vida digna y en cambio apoyan hasta por omisión al tirano que nos hizo pasar hambre y nos desmoralizó. 

No lo saben y no lo entienden porque nunca me preguntaron cómo estaba Yo, aun leyendo mil veces como estaba Venezuela. 

No era su obligación ayudarme y cada quien tiene sus propios problemas, pero si nunca se preocuparon, ni siquiera ni mostraron interés, por favor no me reduzcan a ingrata y no se esfuercen en demostrar un supuesto cariño ahora cuando estoy bien, o al menos no esperen que lo corresponda con la misma fuerza que lo hacía antes, aunque pesara 40 kilos.

Quizá más adelante distinga la ignorancia de la indiferencia.

No será hoy ni mañana.

Quizá más adelante, cuando ya no oiga los vidrios que me cortaron por dentro.  

Eva Hernández es una poeta que escribe en el blog Eva Nocturna

Síguenos en nuestras redes sociales:

Youtube: https://www.youtube.com/c/DiásporaVenezolana

Instagram: https://www.instagram.com/diasporavenezolana

Twitter: https://twitter.com/diaspvenezolana

Facebook: https://www.facebook.com/DiaspVenezolana

Deja un comentario

Tendencias