Por: Leonides Crespo

 

Tuve un sueño: llegué a las costas venezolanas;

Llegué con muchas esperanzas y muchas ganas;

Recuerdo que entré por el estado Falcón;

Y corrí hacia Lara saltando alegre mi corazón.

 

Tomé atajos entre espinas y caminos reales;

Por donde pasaron conquistadores y generales;

 De pronto ante mis ojos apareció el pueblo de mi ilusión;

La Baragua histórica de toda mi noble inspiración.

 

En aquella inolvidable y pequeña ventanita;

Allí esperaba sentadita cada día mi viejita;

Nunca perdía la fe de que llegara a volver;

Y la mesita estaba lista para sentarme a comer.

 

Colgada estaba la hamaquita a lado de una clueca gallina;

Mientras se hacía una arepita con leña en la cocina;

Correteaban los niños  entre abrazos y bendiciones;

Y  los venezolanos volverían de todas las naciones.

 

Ahí estaban las cuatro callecitas empolvadas y olvidadas;

Donde se continuaba bailando hasta con las luces apagadas;

Pero con gente de pie luchando contra la crisis y el olvido;

La misma gente que al abandono y a La Llorona nunca le ha temido.

 

Un aliñado chivo asado lo acompañé con tapara de suero;

Contando anécdotas entre amigos y cada compañero;

Me fui para Barquisimeto, la capital musical;

Mirando los crespúsculos y sus avenidas por igual.

 

Después de todos los abrazos y el calor que tanto esperé;

Recorrí el país que en tierras lejanas cada día anhelé;

Pasé tan feliz por el bendecido estado Yaracuy;

Con queso de cabra y una grande botella de cocuy.

Llegué a Valencia, la ciudad industrial;

La del campo Carabobo de una batalla nacional;

Pasé por Maracay, la preciosa ciudad jardín;

Y luego fui a Caracas, la capital con afín.

 

Me monté en el metro mirando el Ávila;

Y me sentí exitoso como todo un águila;

Viajé por Miranda y toda su grandeza;

Gritando con fuerza: Dios mío, tenemos tanta belleza.

Regresé a las playas de La Guaira y sus alrededores;

Disfruté de sus tradiciones entre comidas y tambores;

Orgulloso como todo un ciudadano residente;

Decidí irme a conocer y viajar por el oriente.

 

Entre oraciones de viajeros y una señal de la cruz;

Pasaron las horas agradables y llegaba a Puerto La Cruz;

Reflexioné en el ferri acariciado por la brisa del mar;

Más adelante me esperaba Margarita y Porlamar.

 

También me fui para los estados Sucre y Monagas;

Donde una lluvia con granizos me salpicó como dagas;

Me paseé en caballo por los verdes estados llaneros;

Con machete y sombrero como todo un caballero.

 

Linda es Barinas y grande es Apure;

Donde seguía soñando sin que nadie me apure;

Seguía andando aunque me dolía la cabeza;

Pero todo se calmó cuando llegué a Portuguesa.

 

En San Carlos, Cojedes, me recosté;

Comiendo mangos y tomando más café;

El corazón del mapa tenía que encontrar;

Así que me trasladé a Guárico y me invitaron a cantar.

 

Me espantó El Silbón por irme a una fiesta a Elorza;

Deleitándome del buen joropo donde salí con una cogorza;

La Sayona no apareció al verme con muchachas bonitas;

Sonaba el alma llanera entre tantos bailes y carnitas.

Cómo podría ignorar a la majestuosa Amazonas;

A Delta Amacuro, sus pueblos y sus zonas;

Ni a uno de los estados mineros y resaltante;

El más extenso, que honra a Bolívar como el gigante.

En Canaima, tan imponente y excelso, el Salto Ángel palpé;

De los Tepuyes, obra de la naturaleza, me enamoré;

Me bañé entre retozo en las aguas del Orinoco;

Corriendo desnudo por las sabanas como si estuviera loco.

 

Las lágrimas cubrían palmo a palmo mi rostro;

Es ahora sabía que mi país es más que hermoso;

Del caballo me caí en un pequeño accidente;

Decidiendo volver a los estados de occidente.

 

Qué emoción sentí al cruzar el lago de Maracaibo;

La ciudad amada donde embebido tropiezo y caigo;

Es que el Zulia es verdaderamente otro mundo;

Pudiendo contemplar, estupefacto, el relámpago del Catatumbo.

Seguí emocionado por toda la cordillera;

Entre un clima de enamorados de los Andes que espera;

De Trujillo, avancé por La Puerta y Valera;

Visité Isnotú, donde a un santo se le venera.

Entré a Mérida, la ciudad de los caballeros;

Caminé por sus calles con amigos y forasteros;

Subí hasta El Pico Bolívar con algo de esfuerzo;

Ya agotado un poco bajé a consumir un almuerzo.

 

En Táchira de nuevo sentí la lejanía;

Aunque aún estaba en la patria mía;

Muchos pueblos pintados de historia y personajes;

Encontrándome en San Antonio con multitudes en sus viajes.

 

Terminé degustando un delicioso pabellón;

Una hallaca y un guisado con bastante sazón;

Empanadas calientitas entre una mano y la otra;

Por supuesto que no faltó un plato de caraota.

 

Cuando regresé a San Cristóbal la noche se hizo corta;

Ese sueño tan extraordinario poco a poco se acorta;

A muchos kilómetros de Venezuela sonó el despertador;

Mientras tristemente abrió los ojos el poeta y soñador.

 

Mayo del 2022

 

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