Por: Adriana Bertorelli
La voz de tu abuela gritando que te bajes de la mata de mango, que te vas a caer.
Los colores de las guacamayas surcando el cielo de Caracas, conviertiéndola en un arcoíris escandaloso, en pleno movimiento.
El olor a café, a infancia y a cilantro de la cocina de tu mamá.
El canto de algún gallo anunciando que amanece.
La certeza de que, más allá de las paredes que te rodean, estés donde estés, te acompañan tus afectos, tus montañas y tus mares.
Ese es el tesoro escondido dentro de cada hallaca.
Todas diferentes, todas personales, todas únicas.
Hacerlas es encontrar tu propia voz y homenajear tu historia, tus sabores.
Es un acto de amor, una ofrenda.
Cada una encierra el misterio de muchas vidas que a la vez son la tuya.
Por eso, comerse una hallaca es volver a casa”
Gracias por hacerme volver a casa Adriana.
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